Marta Borruel

La otra sirena

#COP25 HISTORIAS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO

_ Os voy a contar un cuento _dijo aquella mujer_. Un cuento sobre una linda niña que quiso salir del mar para vivir en la tierra. Sus cabellos tenían el reflejo de la luna de plata y su piel el de la arena dorada.

_ Ese ya nos lo sabemos _ respondieron los niños afirmando enérgicamente. Enfatizando su vasto conocimiento._ Ese es el cuento de la sirenita que se enamora del príncipe.

_ ¿De un príncipe decís? Mi cuento debe de ser otro. Porque esta niña se enamora de la tierra, los volcanes, el susurro de las hojas y el trinar de los pájaros.

_ Eso no puede ser _ gritaron los niños pensando en lo rara que era aquella dama._ La sirenita quería vivir en la tierra para casarse con el príncipe.

_ Veréis niños. Aquella sirenita vivió hace muchos, muchos años. Tantos que ya se ha convertido en espuma de mar. La que yo digo nació hace quince veranos, en el preciso momento en el que la noche más liviana disputa el último rayo de sol del día más longevo. Pero a pesar de la felicidad que les produjo su nacimiento, sus padres estaban aquél día muy preocupados.

_ ¿Por qué? ¿Es que estaba enferma? ¿Es que no tenía cola? ¿No sabía respirar?

_ Niños, niños, dejadme terminar. Sí tenía cola pero apenas podía nadar.

_ ¡Pero eso es imposible! Las sirenas nadan más deprisa que lo que tardo en ir hasta ese árbol. ¡Mira! ¡Cronométrame!

_ ¡Niño! ¡Vuelve aquí! Ven. Siéntate y recupera la respiración. Es cierto. Corres tan rápido como nadan las sirenas. Pero dejad que siga con el cuento. Cuando nació nuestra sirenita, su casa marina se encontraba llena de basura.

_ ¿Y eso por qué? ¿Acaso no limpiaban?

_ Todos los días. Pero daba igual. Durante todo el día y toda la noche caían desde la superficie aquellas extrañas formas flotantes que se depositaban sobre las caracolas, se colaban entre los corales, aniquilaban a los tiburones y a los peces de colores… Así que cuando cumplió diez años, sus padres decidieron mudarse a otro océano.

_ ¿Y así se libraron de la basura?

_ Todo lo contrario. Cada vez había más. Y aquellos extraños objetos seguían depositándose en las praderas de algas marinas.

_ Pero… ¿De dónde venían esas cosas?

_ De arriba, de la tierra. Eran bolsas de plástico, botellas vacías, pajitas de refresco…

_ Pues yo habría subido y les habría reñido.

_ Y yo les habría cogido y les habría tirado así ¡pum! hasta el cielo.

_ Y lo hicieron, pero a su manera niños, sabed que las familias sirenas tienen muchas estrategias. Pero de nada sirvió y por si fuera poco el mar enfermó. Las mareas subían sin cesar y cubrían las marismas y los humedales. Los peces se ponían enfermos y morían sin remedio. Las tormentas arreciaron y las olas, enfurecidas, se tragaron pueblos enteros.

_ ¿Y qué hicieron en la tierra?

_ Nada. No hicieron nada. Y fue entonces cuando la sirenita decidió salir a la superficie para avisarles de lo que estaba sucediendo.

_ ¿Y entonces se enamoró del príncipe?

_ No. Del príncipe no. Lo hizo del bosque, de las mariposas y del vuelo del milano. De las abejas, los cervatillos y los osos panda. Del colibrí y la tortuga; el lobo y la guayaba, las palmeras y los pichones. Tan entusiasmada estaba que convenció a sus padres para vivir en la tierra.

_ ¿Y cómo podían andar con la cola?

_ La misma bruja del mar que concedió las dos piernas a la sirenita de vuestro cuento, permitió vivir en tierra a la familia de mi historia. Pero con una condición, debía avisar a sus habitantes de lo que estaba pasando en el mar.

_ ¿Y lo hizo?

_ Vaya que si lo hizo… Avisó a ricos y poderosos. También a pobres y humildes. A niños y mayores. A mujeres y hombres, gentes de bien, y canallas sin remedio. Todos sabían lo que estaba ocurriendo.

_ ¿Y entonces qué pasó? ¿Nadie creyó a la sirenita? ¿Ni siquiera el príncipe?

_ El príncipe menos que nadie.

_ ¡Pero no puede ser! ¡Los cuentos siempre acaban bien! ¿Qué le pasó a la sirenita?

_ El cuento no ha terminado, pero por desgracia ya falta poco. Nuestra sirenita está avisando. Lo hace cuando los ríos se inundan anegando los campos cultivados; cuando los pueblos del sur deben trepar a las montañas para evitar ser engullidos por el fango; cuando el fuego da lametazos de muerte a los valles y laderas; cuando los hielos se derriten en los ibones… Debéis escucharla. Por que si no, morirá.

_ ¡Pero yo no quiero que muera!

_ ¡Calla! Dice que si le escuchamos no morirá. La escucharemos y les diremos a los demás lo que está pasando.

_ Esa es nuestra única salvación porque ¿sabéis una cosa, niños? Los mayores no pueden escuchar a las sirenas. Solo vosotros podéis hacerlo y debéis ser el altavoz de los pueblos y las civilizaciones. Los niños sois los únicos que podéis salvarnos.

_ ¿Y eso por qué?

_ Porque debemos proporcionaros un sitio donde vivir. Porque ninguna criatura de la tierra, del mar, de las profundidades o de los vientos, deja a sus crías sin hogar. Y nosotros…

_ ¿Qué te pasa? ¿Estás triste?

_ No. No estoy triste porque sé que vosotros lo conseguiréis.

_ ¡Claro que lo haremos! Somos los únicos que sabemos escuchar a las sirenas.

La señora entonces sonrió y se sumergió de nuevo en el mar.