Marta Borruel

Barcelona a los 40

DSCN1446.pngDesde que estábamos en el colegio, no nos juntábamos las amigas para pasar un fin de semana por ahí. Después de estar todo el año decidiendo el lugar (Londres, Munich, Madrid, Arnedillo, Puente Viesgo…) y la fecha (mayo, septiembre, octubre, noviembre…) Al final la cita fue en diciembre y en Barcelona.

Nada más llegar a Barcelona, dejamos los bolsos y nos fuimos a cenar a una especie de tasca animada y llena de gente joven situada detrás de la catedral del Mar (no me he leído la novela pero respira un cierto aire de misterio, desde luego). Se llama Petra y tiene una carta bastante limitada aunque con una excelente relación calidad-precio. Cocina un tanto distinta en la que no destacaron las ensaladas (correctas) pero sí los segundos (carnes, no pescados) y los postres.

A la mañana siguiente nos fuimos a visitar el famoso mercado de la boquería. Impactantes los enormes puestos de marisco, la cantidad de gente arremolinada en torno al género (muchos eran curiosos o turistas) y sobre todo los puestos con bandejitas de fruta fresca y zumos multicolores.

Comimos en Monchos, en plena playa de la Barceloneta (destacable el arroz negro con chipirones y para olvidar el vino del Penedés) y dedicamos la tarde a pasear por las tiendas del Paseo de Gracia.

Ya por la noche nos preparamos para celebrar por todo lo alto la auténtica fiesta de los cuarenta en el Loidi, el restaurante del Hotel Condes de Barcelona concebido como un bistrot informal y asequible por Martín Berasategui. Cuando llegamos al restaurante, Barcelona estaba vacía (jugaba el Barsa en el Camp Nou contra el Madrid) y llovía a mares. Nos recibió un regimiento de camareros y camareras vestidos de negro y con pinganillo en la oreja al más puro estilo matrix.
Todos ellos destacaban por su profesionalidad y simpatía, aunque no tuvieran ni idea de servir bien el vino _ en un local de este tipo se echa de menos un sumiller_.

Elegimos un menú degustación de 38 euros compuesto por cinco platos y elegimos como acompañamiento un vino de Albariño, bien frío (es el único en el que coincidimos todas).
Empezamos por una juliana de vainas con langostinos y jugo de mango. Crujiente y sencilla pero muy interesante. A continuación, nos sirvieron un tataki (técnica de cocción del atún, el bonito o el buey, que consiste en asar la carne con un golpe de fuego de manera que queden asados de manera superficial y crudos por dentro) de atún con salsa de soja. Para mí se está abusando mucho del taco de atún pero aún así estaba buenísimo aunque, para mi gusto, le sobraba mucha densidad de sabor a la salsa de soja. Los brotes de soja que servían de colchón, sí estaban buenos.
Como segundo plato yo elegí un ficandó de ternera con setas. La salsa y las setas buenísimas. La pena es que la carne estaba astillosa. No resultó tierna del todo a pesar de que, según el camarero, había estado sometido a una cocción a baja temperatura. Una pena. Lo mejor, sin dudarlo, los postres. Yo pedía uno de mandarina con queso mató y helado de miel. mpresionante la dulzura y delicadeza de este conjunto. Pero es que luego pedimos uno con frutos rojos y helado de fresa que todavía lo superaba. Son postres digestivos, frescos, que ayudan a hacer la digestión y no molestan con el resto de la comida. Pagamos 48 euros por una cena correcta y aunque creo que por ese precio hay sitios mejores, lo cierto es que disfrutamos, nos reímos y brindamos por otros cuarenta.