Marta Borruel

Bella Italia – Elegante Milán

Este año ha comenzado con toda una declaración de intenciones: un viaje por el norte de Italia. No se me ocurre mejor manera de iniciar un nuevo camino (aunque sea de 365 días) que haciendo lo que más me gusta, viajar.

El 3 de enero, celebrada la Nochebuena, la Navidad, la Nochevieja y el Año Nuevo, y habiendo cumplido debidamente con el pavo, cogimos el coche y nos pusimos rumbo a Barcelona. Pasamos allí el domingo, recorriendo la Rambla, el Paseo de Gracia y la Barceloneta, y a la intempestiva hora de las 6:20 de la mañana embarcamos en un vuelo con destino al aeropuerto Orio al Serio de Bérgamo.

Allí recogimos el coche de alquiler (un precioso Alfa Romeo – Giuletta) y nos dirigimos a Milán. Nos alojamos en el Oasi Village Hotel Resort, muy recomendable por su ubicación, por su extraordinaria relación calidad-precio y por la amabilidad del personal. Y rápidamente nos dedicamos a disfrutar de Milán. El coche lo dejamos aparcado justo en frente del hotel, en zona azul, para lo que tuvimos que comprar una tarjeja de parking (como las que había antiguamente en Madrid) en un estanco situado a la vuelta de la esquina.

Elegante Milán

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Como este post no pretende ser una guía de viajes, no voy a extenderme sobre todo lo que se puede ver en Milán. Sólo quiero señalar que el Duomo di Milano es grandioso, extraordinario. La entrada al templo nos costó dos euros e incluía la visita al Palazzo Reale (que acoge multitud de esculturas procedentes muchas de ellas del propio Duomo). No subimos al Campanile porque las brumas estaban muy bajas y no íbamos a ver nada pero sí nos deleitamos en el interior del templo, sorprendentemente oscuro con respecto a su blanca y reluciente fachada.

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Tuvimos que hacer cola para entrar, no porque hubiera mucha gente, sino porque uno por uno tuvimos que pasar por un detector de metales de mano y por el registro de mochilas y bolsos. Se notaba el nivel de alerta tras los atentados de París, en que eran soldados del Ejército los que se ocupaban de los cacheos y los que vigilaban los aledaños de la Catedral.

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Comimos en Caffè Sforzesco, un coqueto restaurante muy cerca de la Piazza del Mercanti, pintoresca plaza situada muy cerca del Duomo con un agradable encanto medieval. Estuvimos estupendamente atendidos por un camarero argentino que había vivido durante un tiempo en Pamplona (casualidades que tiene la vida). En esa zona es muy típico el rissotto con azafrán, que estaba exquisito, y por supuesto los spaghetti funghi porcini.

 

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En la misma Piazza del Duomo está la Galleria Vittorio Emanuele II, una galería comercial diseñada en el siglo XIX en la que se pueden encontrar tiendas muy elegantes, restaurantes y cafeterías muy agradables y desde luego, muchos visitantes. Si de día es grandiosa, de noche, y con la iluminación navideña, es espectacular. Merece la pena visitarla.

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Muy cerca de la Gallería Vittorio Emanuele II y de la Piazza del Duomo, está La Scala, como sabéis, uno de los teatros de ópera más famosos del mundo. El lujo y el esplendor está en el interior del edificio porque la fachada, de estilo neoclásico, es bastante sobria. Como anécdota, la primera ópera que se estrenó en La Scala fue L’Europa riconosciuta de Antonio Salieri, al que conocemos, principalmente, por la rivalidad que tuvo con Mozart y que, según la película Amadeus, le llevó incluso a planear su muerte.

Pero si por algo es famoso Milán, es por el diseño de moda, y más en el cuadrilátero de oro, delimitado por cuatro calles – Vía Monte Napoleone, Vía Alessandro Manzoni, Vía della Spiga y Corso Venecia. Armani, Versace, Alberta Ferretti, Dolce e Gabbana, Prada, Fendi, Louise Vuitton, Channel, Bottega Veneta, Gucci, Bulgari, Cartier, Valentino o Gianfranco Ferré, son sólo algunas de las marcas que están presentes en estas calles exquisitamente cuidadas y en las que brillan como cuadros en un museo los espectaculares escaparates.

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La única pena que me quedó de Milán fue no visitar la Iglesia de Santa Marie Delle Grazie, donde se encuentra una de las obras maestras de la Historia del Arte: La Úlima Cena, de Leonardo Da Vinci. Lo bueno de improvisar es que te lanzas a la aventura de viajar con una ilusión enorme; lo malo es que si no planificas, te quedas sin entradas…